¿Jesús aprobó el uso del alcohol? Una lectura bíblica y cultural


Uno de los acontecimientos más citados y conocidos de la vida de Jesús es la escena de las bodas de Caná de Galilea, donde Jesús convierte el agua en vino (Juan 2). No recuerdo cuántas veces he oído a personas decir que este milagro es una especie de “carta blanca” para justificar su consumo recreativo de bebidas alcohólicas, como si la aprobación divina estuviese contenida en una copa de vino.

No podemos sostener bíblicamente que Jesús aprobara el consumo recreativo del alcohol, ni que haya hecho uso habitual de él. Siendo así, sobre este punto hay mucho por comprender y otros tantos aspectos por matizar. 

Jesús y el vino en su contexto

En el Evangelio de Lucas (7:33–34), Jesús mismo denuncia la hipocresía de su generación: a Juan el Bautista lo acusaban de tener un demonio porque no comía ni bebía, mientras que al “Hijo del Hombre” lo acusaban de glotón y bebedor de vino, amigo de pecadores. 

Para evitar conclusiones apresuradas y distorsionadas, es imprescindible situar estos textos en su contexto cultural e histórico. Solo así evitaremos el error hermenéutico de imponer nuestras categorías modernas al texto antiguo, y podremos interpretarlo con mayor fidelidad a su intención original.

En el mundo judío del Segundo Templo y del Antiguo Testamento, el vino era una bebida socialmente aceptada, frecuentemente asociada a la alegría, la bendición y la celebración (Vea Sal 104:15; Ecl 9:7). Sin embargo, también desde esos mismos textos se condenaba con firmeza la embriaguez y la pérdida de dominio propio ( Pr 20:1; Is 5:11–12).

Aunque el vino era comúnmente aceptado, no era comparable a las bebidas alcohólicas actuales. Su elaboración, concentración alcohólica y contexto social eran muy distintos. El vino consumido en aquella época era fermentado, pero no destilado como lo son muchas de las bebidas modernas. La destilación, que permite separar el alcohol del agua mediante calor para producir licores mucho más fuertes (aguardiente, ron, whisky, etc.), no se desarrolló hasta siglos después. El vino bíblico contenía alcohol por fermentación natural y solía ser mezclado con agua, especialmente para el consumo diario. Esto hacía que la concentración alcohólica fuera notablemente menor a la de muchas bebidas contemporáneas. La destilación de alcohol para consumo humano, tal como lo conocemos hoy, se generalizó en Europa entre los siglos XIII y XV. Es decir, más de mil años después del ministerio de Jesús.

El daño real del alcohol y la enseñanza bíblica

El uso de bebidas embriagantes por parte de los cristianos ha sido históricamente visto con recelo por la mayoría de los creyentes, y con razón. Una gran proporción de los problemas que enfrentamos en nuestra sociedad se deben al uso desmedido de bebidas alcohólicas.

Según la OMS (2018), el consumo nocivo de alcohol es responsable de aproximadamente 3 millones de muertes anuales (5,3 % del total mundial) y está implicado como agente causal en más de 200 enfermedades, entre las cuales se incluyen la dependencia alcohólica, enfermedades hepáticas, varios tipos de cáncer y trastornos mentales y del comportamiento.

El abuso del alcohol también está estrechamente vinculado a problemas sociales significativos. Estudios han demostrado que el consumo excesivo de alcohol puede provocar problemas familiares, laborales y financieros, así como aumentar el riesgo de violencia doméstica y accidentes de tráfico.

Desde una perspectiva bíblica, la embriaguez es claramente condenada. Proverbios 20:1 advierte: “El vino es escarnecedor, la bebida fuerte alborotadora, y cualquiera que por ellos yerra no es sabio.” Asimismo, en Efesios 5:18 se nos exhorta: “No se embriaguen con vino, en lo cual hay disolución; antes bien, sean llenos del Espíritu.”

Estos pasajes reflejan una preocupación constante en las Escrituras por el dominio propio y la sobriedad, virtudes que son esenciales para una vida piadosa y que contrastan con los efectos desinhibidores y destructivos de la embriaguez.

Ahora bien, conviene hacer una distinción clara entre el uso moderado y el abuso del vino. La Biblia no condena el vino en sí mismo como sustancia, sino el uso desordenado que lleva a la embriaguez y a la pérdida de control. El vino, en ciertos contextos, fue incluso símbolo de bendición divina (Sal 104:15; Prov 3:10). Sin embargo, el mismo vino, cuando se convierte en instrumento de desenfreno, es severamente condenado. Así, no es la existencia del vino lo que se reprueba, sino su uso imprudente, innecesario o peligroso, especialmente cuando expone al creyente a entornos o hábitos contrarios a la vida de santidad. 

La embriaguez como puerta a otras formas de pecado

El alcohol, especialmente en su uso excesivo, tiene un efecto directo sobre el juicio moral del ser humano. Es bien sabido que su consumo disminuye la inhibición, distorsiona la percepción y debilita el autocontrol, lo cual lleva a muchas personas a hacer cosas que nunca harían en un estado de sobriedad. En ese sentido, se convierte en una puerta de acceso al pecado, un medio por el cual se apagan los frenos internos que regulan la conciencia.

No es casualidad que el uso social del alcohol, tal como se promueve en la cultura actual —bares, fiestas, reuniones nocturnas— esté frecuentemente asociado a conductas inmorales, como el adulterio, la fornicación, el desenfreno, los pensamientos impuros, y la vulgaridad en palabras y acciones (Gál 5:19–21). Cuando el vino es usado en contextos de pecado, su consumo se vuelve cómplice del ambiente, y quien participa se hace parte de ese mismo espíritu mundano.

Por eso, cuando las Escrituras llaman a la sobriedad (1 Tes 5:6-8; 1 P 1:13), no solo están haciendo un llamado a evitar el exceso, sino a mantenerse alejados de todo aquello que propicia el desvío del alma. Es como encender fuego junto a pólvora… y luego orar para que no haya explosión. 

En este sentido, el mandato bíblico no es una simple prohibición sin fundamento, sino una expresión de la sabiduría protectora de Dios. El llamado a evitar la embriaguez no es represivo, sino pastoral. Dios nos prohíbe lo que sabotea nuestra dignidad, distorsiona nuestra imagen como portadores de su gloria, y nos vuelve vulnerables a la caída.

Por ello, aunque el vino como elemento no es intrínsecamente pecaminoso, el uso que la cultura hace de él, y el lugar que ocupa en contextos de inmoralidad, lo convierten en una práctica desaconsejada y espiritualmente peligrosa para el creyente.

Pero un análisis serio y contextualizado del texto revela que el enfoque del pasaje no está en la bebida en sí, sino en la manifestación de la gloria de Cristo y en el carácter del Reino que Él inaugura.

¿Qué ocurrió en Caná realmente?

No quiero terminar este escrito sin poner de manifiesto la intención por la cual el relato de las bodas de Caná de Galilea es narrado en las escrituras y la respuesta a la pregunta: ¿Por qué Jesús convirtió el agua en vino? 

En el mundo judío del primer siglo, las bodas eran celebraciones prolongadas donde el vino tenía un rol social importante como símbolo de alegría, bendición y prosperidad (Sal 104:15; Isa 25:6). En este entorno, la falta de vino representaba una deshonra para los anfitriones, y era vista como una crisis social. Lo que Jesús hace en Caná no es promover el libertinaje, sino proveer con generosidad lo que faltaba, y hacerlo con calidad extraordinaria, lo que provocó la admiración del maestresala (Jn 2:10).

Pero el evangelista Juan no nos deja lugar para trivializar el milagro. Dice explícitamente: “Así manifestó su gloria, y sus discípulos creyeron en él” (Jn 2:11). El objetivo del milagro no fue provocar risa, fiesta desmedida ni justificar el consumo cultural del alcohol. El objetivo fue revelar la gloria del Mesías y suscitar fe en sus seguidores.

Además, es importante recordar que el vino producido no era una bebida destilada ni de alta graduación alcohólica. Como ya mencionamos, el vino en tiempos bíblicos era fermentado naturalmente y, en la mayoría de los casos, diluido con agua. No se trataba de un aguardiente fuerte o de bebidas como las que hoy circulan en ambientes de desenfreno.

Por tanto, usar este milagro como excusa para el consumo recreativo del alcohol moderno es un abuso hermenéutico y una tergiversación del propósito del texto. El vino fue un medio, no el mensaje. La verdadera enseñanza está en quién es Jesús y qué tipo de Reino vino a inaugurar: un Reino de provisión, pureza, celebración santa y gloria revelada.

Bibliografía: 

World Health Organization. Global Status Report on Alcohol and Health 2018. Ginebra: WHO; 2018.

Gmel, G., & Rehm, J. (2003). Consumo nocivo de alcohol. Alcohol Research & Health, 27(1), 52–62. https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pmc/articles/PMC6676694/


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