¿Por qué Jesús dijo: ‘No me toques’?” – El enigma de Juan 20:17

Por Andrés Manzanares Rojas

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En los cursos que he impartido sobre la Resurrección de Jesús, una de las preguntas más frecuentes gira en torno a la afirmación contenida en Juan 20:17, donde Jesús le dice a María Magdalena: “No me toques, porque todavía no he subido a mi Padre”. El propósito de este artículo es ofrecer claridad sobre este pasaje, entendiendo su contexto y significado dentro del acontecimiento central de la fe cristiana: la resurrección.

El cuerpo del Resucitado

El Cristo resucitado poseía un cuerpo real y tangible, como el de cualquier ser humano. Los evangelios nos narran episodios donde Él come con sus discípulos (Lc 24:42-43) y donde invita a Tomás a tocar sus heridas (Jn 20:27). Todo esto confirma que no se trataba de una visión espiritual o un “fantasma”, sino de un cuerpo verdadero, aunque transformado.

Sin embargo, este cuerpo glorificado no estaba sujeto a las mismas limitaciones del espacio y el tiempo. Juan relata que Jesús se presenta en medio de los discípulos, a pesar de que las puertas estaban cerradas (Jn 20:19). En otras palabras, el cuerpo resucitado de Jesús trasciende las limitaciones físicas sin dejar de ser plenamente humano.

Este punto es fundamental: los apóstoles no vivieron una experiencia meramente mística o etérea, sino un encuentro con el Cristo resucitado en carne y hueso. Para disipar dudas, Jesús mismo pide comida, algo imposible para un espíritu. El testimonio apostólico es, por tanto, un testimonio de realidad, no de sugestión.

El verbo ἅπτομαι: “No me toques”

El texto griego utiliza el verbo ἅπτομαι (haptomai), en la forma imperativa negativa μή μου ἅπτου. Esta expresión no se limita al mero acto físico de tocar, sino que connota aferrarse, agarrar con fuerza.

Esto explica por qué varias traducciones modernas matizan el sentido:

  • PDT: “No trates de retenerme…”

  • TLA: “No me detengas, pues todavía no he ido a reunirme con mi Padre…”

Como puede verse, la idea principal no es que Jesús prohibiera el contacto físico por alguna razón “mística”, sino que María Magdalena, impresionada al verlo vivo, probablemente se aferró a Él con la intención de no perderlo nuevamente.

La respuesta de Jesús no niega la legitimidad de su gesto, sino que reorienta su esperanza: “No te aferres a mí, porque todavía no he subido al Padre”. Es decir, el Señor le recuerda que su misión no se limita a seguir caminando con ellos como antes, sino que ahora debe ascender al Padre, inaugurando así una nueva etapa de su relación con los discípulos: ya no la de la cercanía física, sino la comunión plena en el Espíritu.

Más adelante, vemos como Jesús invita a Tomás a que lo toque al confrontar su incredulidad (c.f Jn 20:27), esto confirma que el problema no era el contacto físico en sí, sino la intención de retenerlo. 

Conclusión

La frase de Jesús, más que una prohibición física, debe entenderse como una exhortación espiritual. María quería retener a Jesús tal como lo había conocido antes de la cruz, pero el Resucitado le enseña que su relación con Él no dependerá más de lo físico, sino de la fe y de la presencia continua que enviará a través del Espíritu Santo.

Por tanto, una mejor traducción de la expresión sería: “No te aferres a mí”. Con ello, Jesús señala que su glorificación mediante la ascensión está en marcha, y que sus discípulos deberán aprender a vivir una relación distinta, marcada no por la vista o el tacto, sino por la fe en el Cristo exaltado. 

Al igual que María, muchos de nosotros quisiéramos retener a Jesús de manera tangible, abrazarlo y no soltarlo jamás. Sin embargo, la resurrección nos enseña a vivir por la fe, en comunión con el Resucitado que habita en nosotros por su Espíritu. Dios no nos ha dejado a nuestra suerte: Él está presente sin límites para vernos, ayudarnos y socorrernos. Cristo ha ascendido para preparar un lugar mejor, y al mirar hacia ese futuro glorioso recibimos la esperanza que sostiene nuestro presente. 


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