Reflexiones sobre la predicación alegórica

 

Por Andrés Manzanares Rojas

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La predicación alegórica sigue teniendo gran influencia en nuestros días. En numerosos círculos cristianos parece erigirse como el método por excelencia, debido a la facilidad con que permite realizar aplicaciones contemporáneas a partir de las Escrituras. Sin embargo, es necesario trazar algunas distinciones teológicas e históricas para comprender su verdadero lugar dentro de la hermenéutica cristiana.

Aunque los escritores del Nuevo Testamento aplicaron pasajes del Antiguo Testamento a Cristo, no debe afirmarse que practicaran una interpretación alegórica en el sentido técnico. Su punto de partida se encuentra en Cristo mismo, quien no alegorizó los textos, sino que ofreció una lectura mesiánica y tipológica de las Escrituras. Por ejemplo, cuando se le preguntó acerca del primer y gran mandamiento (cf. Mt 22,37-40), Jesús hizo una interpretación recta y profunda al unir el amor a Dios con el amor al prójimo. Esta integración no era un invento ajeno, pero sí una clarificación profética que trascendía ciertas lecturas rabínicas de su tiempo, que tendían a fragmentar los mandamientos. Asimismo, Jesús reinterpretó el episodio de la serpiente en el desierto (Nm 21,8-9) como una tipología de su propia muerte en la cruz (Jn 3,14-15), otorgándole un sentido cristológico definitivo.

De manera semejante, los apóstoles leyeron el Antiguo Testamento buscando tipos y figuras de Cristo (cf. 1 Co 10,1-4; 1 P 3,20-21). Sin embargo, este procedimiento tampoco debe confundirse con la alegoría en el sentido posterior de la tradición eclesial, pues se trata más bien de una hermenéutica cristocéntrica fundada en la historia de la salvación.

Históricamente, el verdadero desarrollo del método alegórico se encuentra en Filón de Alejandría (20 a.C.–50 d.C.). Este pensador judío, influido por la filosofía platónica, buscó en el Antiguo Testamento figuras, símbolos y significados ocultos que trascendían la literalidad del texto. Su aproximación constituye, en esencia, la base de la interpretación alegórica que luego heredaría parte del cristianismo primitivo, especialmente en la escuela de Alejandría con Orígenes y Clemente.

No basta con reconocer los beneficios de la alegoría; es igualmente necesario advertir sus peligros. Históricamente, este método ha dado lugar a errores teológicos y a predicaciones que ignoran tanto el contexto inmediato como el marco general de las Escrituras. El problema principal radica en la ausencia de un límite claro: ¿hasta dónde puede llegar la interpretación alegórica sin violentar el sentido original del texto?

La experiencia demuestra que, bajo este esquema, se han escuchado aplicaciones sorprendentes —algunas de ellas tan creativas que uno se pregunta con razón: ¿de dónde habrá sacado eso el predicador? — pero que no tienen un verdadero anclaje en el pasaje bíblico. En otros casos, las interpretaciones terminan tergiversando el mensaje de la Palabra.

Es cierto que, a veces, predicadores sinceros llegan a declarar verdades espirituales que se encuentran enseñadas en otros pasajes de la Biblia; sin embargo, cuando esas verdades se derivan de una lectura alegórica arbitraria, tales aplicaciones no dignifican el texto. Como predicadores, nuestro primer deber es enseñar lo que el texto bíblico realmente dice, sin añadir significados forzados ni desviar su sentido.

Quisiera terminar este artículo con una invitación a los predicadores jóvenes: prediquen de manera expositiva. Es cierto que este camino es más exigente, consume más tiempo y demanda disciplina, pero sus beneficios espirituales y ministeriales son incalculables.

La predicación expositiva es aquella en la que el predicador explica y aplica fielmente el mensaje de un pasaje bíblico, de tal manera que la idea central del texto en su contexto original se convierte en la idea central del sermón. Su propósito es permitir que sea la Palabra de Dios —y no la creatividad del predicador— la que gobierne el mensaje, ofreciendo aplicación relevante a la vida de la iglesia hoy.

No es un trabajo sencillo: hallar el sentido primario del pasaje suele requerir largas horas de estudio, oración y reflexión. Predicar de este modo implica navegar en el mar profundo de las riquezas de la Escritura hasta arribar al puerto seguro donde reposa la idea del autor inspirado, y con ello, la intención misma de Dios para su pueblo.

Quizá nunca llegues a ser considerado un predicador “original” ni sorprendas con interpretaciones novedosas. Pero lo que sí puedo asegurarte es que serás un predicador fiel: fiel al texto, fiel a la Palabra de Dios y, en última instancia, fiel al Señor que te llamó a proclamar su verdad.



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