Tensiones narrativas en la Biblia: una lectura responsable
Lejos de debilitar la fe, estas tensiones enriquecen nuestra lectura: nos muestran que cada evangelista escribió con una intención teológica propia y que, en esa pluralidad de voces, se despliega la riqueza del mensaje bíblico.
Este ensayo examina ejemplos representativos de esas armonías y contrastes, y propone un enfoque honesto, reverente y responsable para acercarnos a las Escrituras.
Introducción: Todo estudiante de la Biblia, tarde o temprano, se dará cuenta de las divergencias que aparecen en sus páginas. Si nos enfocamos en el Nuevo Testamento, observamos que un autor introduce hechos que otro omite, lo cual, a primera vista, puede interpretarse como un complemento de perspectivas. Sin embargo, también encontramos paralelos en los que surgen divergencias narrativas marcadas, y es allí donde debemos detenernos con seriedad.
Ahora bien, estas tensiones no significan necesariamente un riesgo para la fe en la inspiración bíblica. Más bien plantean un reto: ¿cómo leemos estos textos? Ante tal escenario, el estudiante bíblico tiene dos caminos posibles:
Forzar explicaciones a toda costa, empujando los relatos para que encajen en un mismo molde.
Aceptar las dificultades del texto, reconociendo que la Biblia es fruto de un largo proceso histórico y literario, lo cual enriquece nuestra manera de estudiarla.
En este ensayo, abogo por la segunda postura. Lejos de debilitar la fe, asumir con honestidad las tensiones nos permite apreciar mejor el carácter humano y divino de las Escrituras, y nos invita a una lectura más profunda y responsable.
Planteamiento del problema: La pregunta que se impone es inevitable: ¿cómo lidiar con las tensiones en el texto bíblico sin que la fe en las Escrituras y en su inspiración se vea socavada?
La biblia: un libro con historia
La palabra “Biblia” proviene del griego βιβλίον (biblíon), que significa “volumen escrito, rollo o libro pequeño” (véanse Lc. 4:17, 20; Ap. 10:9). A su vez, biblíon se deriva de bíblos, término que designaba la médula de la planta del papiro, utilizada para producir papel (lat. papyri). El plural, βιβλία (biblía), aludía a los “libros” escritos en este material. Con el tiempo, este plural neutro comenzó a entenderse como un singular femenino, y así nació la palabra que hoy usamos: Biblia. El término “libro” se aplicó a la colección completa de escritos sagrados, lo cual resulta apropiado si consideramos la unidad que los creyentes encuentran en ellos.
Desde su misma etimología, comprendemos que la Biblia es una compilación de escritos diversos que recogen las perspectivas de varios autores sobre múltiples acontecimientos. Estos escritores, a quienes la tradición cristiana llama hagiógrafos, fueron, según la fe, inspirados por el Espíritu Santo para transmitir lo necesario acerca de la salvación. Pero no debemos olvidar que eran también seres humanos comunes, inmersos en una cultura y en una lengua, que investigaban fuentes y escribían con una clara intención teológica.
Un ejemplo lo hallamos en el prólogo del Evangelio de Lucas, donde el autor confiesa a Teófilo que investigó diligentemente todas las cosas antes de escribir (Lc 1:1-4). Esto nos muestra que su relato no es fruto de un éxtasis místico, sino el resultado de un proceso humano con una finalidad teológica bien definida.
Algo similar ocurre en el Evangelio de Juan. Hacia el final de su escrito se afirma:
“Hizo además Jesús muchas otras señales en presencia de sus discípulos, las cuales no están escritas en este libro. Pero estas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre” (Jn 20:30-31).
Este pasaje revela que el autor seleccionó intencionalmente ciertos signos y no otros, porque perseguía un propósito: suscitar la fe en Cristo.
En consecuencia, reconocer la dimensión humana de la Biblia no disminuye en nada su autoridad espiritual. Al contrario, nos recuerda que se trata de un texto resultado de un proceso complejo, en el que intervinieron autores, copistas, tradiciones y fuentes hoy perdidas, y que fue redactado con motivaciones teológicas sin negar, por ello, la referencia a hechos históricos.
Detalles que encajan entre los evangelios… y otros no.
Hasta aquí hemos visto cómo ciertos relatos se complementan sin dificultad. Pero hay otros pasajes donde los evangelistas parecen dar versiones distintas de un mismo hecho, y la armonización se vuelve más compleja.
Un ejemplo clásico es la unción de Jesús por una mujer. Los textos que narran este episodio son los siguientes:
Juan 12:1: “Seis días antes de la Pascua vino Jesús a Betania, donde estaba Lázaro, el que había estado muerto, y a quien había resucitado de los muertos.”
Mateo 26:6-7: “Y estando Jesús en Betania, en casa de Simón el leproso, vino a él una mujer, con un vaso de alabastro de perfume de gran precio, y lo derramó sobre la cabeza de él, estando sentado a la mesa.”
Marcos 14:3-4: “Pero estando él en Betania, en casa de Simón el leproso, y sentado a la mesa, vino una mujer con un vaso de alabastro de perfume de nardo puro de mucho precio; y quebrando el vaso de alabastro, se lo derramó sobre su cabeza. Y hubo algunos que se enojaron dentro de sí, y dijeron: ¿Para qué se ha hecho este desperdicio de perfume?”
Lucas 7:36: “Uno de los fariseos rogó a Jesús que comiese con él. Y habiendo entrado en casa del fariseo, se sentó a la mesa.”
El problema surge en dos puntos principales: ¿cuántas veces fue ungido Jesús? y ¿ocurrió dos días o seis días antes de la Pascua?
Respecto del primer punto, la clave está en la geografía y en los protagonistas. Lucas sitúa el relato en Galilea, en Capernaúm, donde una mujer pecadora unge los pies de Jesús. En cambio, Mateo, Marcos y Juan lo ubican en Betania, cerca de Jerusalén, pocos días antes de la Pascua, identificando a la mujer como María de Betania. Conclusión: Jesús fue ungido al menos dos veces.
Sobre la cronología, Juan dice que ocurrió seis días antes, mientras que Mateo y Marcos afirman que fue dos días antes. Más que una contradicción, se trata de una diferencia de intención narrativa: Juan conserva la cronología, mientras que Mateo y Marcos colocan el relato en el marco de la traición de Judas para resaltar el contraste entre la devoción de la mujer y el rechazo de los líderes.
En suma, estas tensiones no restan valor al relato. Más bien muestran que cada evangelista, conforme a sus fuentes, acomoda el material según su propósito teológico, y eso nos permite apreciar la riqueza de perspectivas en los textos.
Otro caso interesante es la muerte de Judas, narrada de manera distinta en Mateo y en el libro de los Hechos.
Mateo 27 relata que Judas, al ver que Jesús había sido condenado, devolvió las treinta piezas de plata, salió y se ahorcó. Luego, los sacerdotes usaron ese dinero para comprar un terreno, llamado desde entonces “Campo de Sangre”.
Hechos 1, en boca de Pedro, afirma que Judas mismo “compró un campo” con ese dinero y que, al caer de cabeza, se reventó, derramando sus entrañas. Por eso, el lugar recibió el nombre de “Campo de Sangre”.
Aquí las tensiones son claras: ¿quién compró el campo, los sacerdotes o Judas? ¿Cómo murió exactamente, ahorcado o por una caída fatal?
Los comentaristas bíblicos han ofrecido múltiples intentos de armonización, pero lo cierto es que ambos relatos nos muestran perspectivas distintas, construidas desde tradiciones diferentes. Y aunque sus versiones no coinciden, el trasfondo teológico es el mismo: Judas, símbolo de la traición, termina en desgracia, y su destino marca un antes y un después en la comunidad cristiana.
Más que hablar de “errores”, estas diferencias revelan la diversidad de énfasis de cada autor: mientras Mateo subraya la culpa personal de Judas y la complicidad de los sacerdotes, Lucas (autor de Hechos) enfatiza el castigo visible y el impacto comunitario de su caída.
Cómo lidiar con las tensiones en el texto
Estos ejemplos muestran que, por más esfuerzos que hagamos para armonizar los relatos, hay momentos en que las diferencias permanecen evidentes. Pero esto no debería interpretarse como un problema que debilite la fe.
Lo que en realidad revelan estas tensiones es la riqueza de perspectivas en la tradición bíblica. Algunos escritores omiten detalles porque no les interesan para su narración; otros añaden nombres, contextos y cronologías para resaltar su mensaje.
Aceptar esta diversidad no significa negar la inspiración ni la autoridad de las Escrituras. Significa, más bien, leerlas con honestidad: reconociendo que son fruto de un proceso complejo en el que intervinieron autores, tradiciones, copistas y comunidades, y que el Espíritu se manifestó precisamente en medio de esa pluralidad.
En suma, las tensiones en el texto bíblico no son un obstáculo, sino una invitación a profundizar en la lectura. Nos recuerdan que detrás de cada relato hay un autor, una comunidad y una intención teológica que vale la pena descubrir.
Conclusión: Las divergencias narrativas de la Biblia no deberían asustarnos ni llevarnos a negar su valor. Al contrario, son la huella visible de un texto vivo, nacido en la historia, que refleja la pluralidad de voces y tradiciones que confluyen en el testimonio de la fe.
Lejos de debilitar la fe, este reconocimiento la enriquece. Nos invita a leer la Biblia no como un rompecabezas que debe encajar a la perfección, sino como una sinfonía en la que cada instrumento aporta un matiz distinto. Aceptar la humanidad de las Escrituras no disminuye su autoridad, sino que nos permite una comprensión más encarnada de cómo Dios ha hablado y sigue hablando. ¿Qué perdemos o ganamos cuando insistimos en una armonía forzada en vez de abrazar la tensión como parte del mensaje?
Bibliografía:
Thompson, W. R. (2009). Biblia. En R. S. Taylor, E. Aparicio, J. Pacheco & C. Sarmiento (Eds. y Trads.), Diccionario Teológico Beacon (p. 92). Lenexa, KS: Casa Nazarena de Publicaciones.
Padilla, A. (2011). Juan. En Conozca su Biblia (p. 143). Minneapolis, MN: Augsburg Fortress.



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